Celebramos los cien años del nacimiento de Fanny Martz como escritora feminista, y de paso aprovechamos para sacar del armario del olvido, a la maestra nacional, Paquita Martínez Curto, cuya verdadera identidad se escondía bajo dicho seudónimo inglés, país por entonces pionero en la reivindicación de la igualdad de género, consiguiendo para la mujer, el derecho de sufragio. En plena dictadura de Primo de Rivera, alzó su voz para explicar a la ciudadanía setabense en qué consistía el verdadero feminismo, cansada suponemos de ver cómo plumas masculinas, y algunas femeninas, condenaban el naciente movimiento feminista como “veneno social”, y definían a la mujer ideal, en un contexto donde el tradicionalismo más conservador debía de nuevo triunfar por el bien de la sociedad.
La mujer tradicional
Por tradición, el objetivo vital primordial de la mujer era ser madre, esposa y gobernadora de la casa. Si el padre no le organizaba un matrimonio de conveniencia basado en dotes y relaciones endogámicas que le asegurasen la prosperidad, ésta tendría que convertirse en cebo, para atraer a apuestos, y a ser posible, acaudalados galanes. Tendría que mostrar su condición de mujer casadera, y ser hábil en las artes del flirteo sin llamar demasiado la atención en modales y vestimenta, y dejarse ver en aquellos espacios donde pudiese encontrar esposo. Ya fuese en misa, el cine, el casino setabense, la feria, o Bixquert. No había entonces supermercados con piñas, ni pubs, ni redes sociales, ni lugares de trabajo compartidos.
La mujer nacía para casarse y el hombre estaba obligado a buscar esposa. Y es que la soltería estaba mal vista socialmente. El acreditado doctorJ Sanz, condenaba en sus conferencias la soltería como un vicio social, que llena al hombre de soledad y tristeza, y defendía el matrimonio como el mejor remedio para superar aquellos males y poder así alcanzar la felicidad eterna, a parte de ser la mejor forma de poner freno a la avariosis, popularmente conocida como sífilis, evitable controlando el carrer de les xiques, y fomentando el matrimonio a edades más jóvenes, y entre viudos, con lo que se evitaban relaciones sexuales de pago o, lo que era peor, en aventuras extramatrimoniales. El matrimonio fomentaba en teoría la felicidad y mejoraba la salud pública.
El matrimonio como obligación social
La soltería, la falta de nacimientos y la sífilis, ponían en peligro la raza española, al igual que el feminismo, que envenenaba la mente de las jóvenes, al promover una doctrina que tendía a igualar a hombres y mujeres en derechos civiles, lo que suponía, en opinión de la Dictadura, que la mujer iba a competir en el terreno económico con el hombre, rompiendo con su tradicional papel doméstico y de crianza de hijos.
El feminismo era fatal para la mujer casadera. Su misión de atrapar esposo era sustituida por el desarrollo de su autonomía personal, de su vida social, y le insuflaba un ansia por la libertad, causada por el desarrollo de una fuerte intelectualidad. Ello le hacía desdeñar de la vida doméstica, y le empujaba a no malgastar sus energías en la educación de la prole. Deseaban así sacudirse el yugo de la historia como una eterna desigualdad con respecto al hombre, hoy entendida como patriarcado.
En consecuencia, la Dictadura pensaba que el naciente feminismo podía desestabilizar el orden social tradicional. La mujer no podía abandonar el hogar, y salir a la calle a competir contra el hombre. Se la consideraba física e intelectualmente más débil. Ni sus cuerpos ni sus mentes podrían resistir el mundo laboral, lo que las llevaría a la degeneración y la locura, y lo que era peor, si este pensamiento se extendía entre las féminas, supondría el fin de la civilización, incapaz de perpetuarse sin madres, mujeres y esposas.
El feminismo conservador de fanny Martz
Y en aquel contexto de desvaríos apareció la voz de nuestra Fanny, que para evitar la censura, afirmó que una mujer libre e inteligente podía dar grandes servicios a la patria, como lo hicieran: Santa Teresa de Jesús, Isabel la Católica o Agustina Aragón, los referentes conservadores de la época, para construir los que entenderíamos como una historia desde una perspectiva de género nada revolucionaria.
Abogaba por la necesidad de una educación igualitaria y de conceder el derecho al voto a la mujer soltera, que no casada, y defendió que el verdadero feminismo no buscaba usurpar derechos a los hombres, ni entrar en competencia con ellos. Lo que reivindicaba era la igualdad para perfeccionar la humanidad. El género no era más que un accidente terrenal. Las almas no tenían sexo, y apelaba a la educación, y a los espíritus cultivados, como mejor forma de dotar al género humano de una recta conciencia de libertad sin imponer determinismos por razones de género.
Con educación, la mujer podría convertirse en un ser libre, dueño de su destino. Así no sería madre a la fuerza, ni se casaría por asegurarse la subsistencia, ni quedaría sometida al hombre, al que ayudaría en la creación de un mundo mejor. Y podría así optar por ser madre, trabajadora, política, o lo que quisiera, guiada siempre por un principio de libre elección. Por amor, ayudaría al hombre en los asuntos públicos y económicos, lo que contribuiría no al fin de la civilización, sino a crear una sociedad mejor, con plena armonía entre los dos géneros, convertidos así en espíritus libres.
desaparición de la vida pública