Botigues: la milla de oro setabense
La obsesión por la peatonalización de las principales vías comerciales del casco antiguo de Xàtiva, la deslocalización de algunos de sus históricos comerciantes, más la proliferación de carteles de “se vende: razón el ayuntamiento”, como crítica a unas administraciones, a las que se acusa de actuar a espaldas de los intereses de los comerciantes, nos llevan a evocar el pasado de un tramo, que hace cien años se conocía como Botigues por la gran cantidad de comercios que se concentraban en tan reducido espacio, y que hoy se podría denominar de los bares y restaurantes. Pero hubo un tiempo en que esto no fue así, y Xàtiva presumió de concentrar más tiendas de tejidos que establecimientos hosteleros, al menos en el carrer Camí. Pero hagamos un viaje en el tiempo, hacia el año de 1917.
Por entonces, al igual que hoy, Camí abarcaba desde el arranque de la plaça del Mercat hasta els quatre cantons. En unos pocos números se concentraban 26 negocios, es decir no había bajo sin tienda, ni locales vacíos, ni carteles de se alquila o vende. Camí era la milla de oro setabense, y no había emprendedor que no soñase con abrir tienda allí. Ahora la situación ha cambiado bastante, pero entonces no había aún ensanche más alla de Sant Francesc, ni centros comerciales a las afueras llenos de franquicias del textil, ni legisladores ahogadores de autónomos. Y sí había muchísimos comercios con lustros de tradición, fundados por hijos de la ciudad o inmigrantes que arraigaron aquí para prosperar en un contexto de ciudad abierta y liberal.
Farmacias, ultramarinos y tejidos

el comercio de la muñeca de Ventura Amat de 1917
Camí se iniciaba con la tienda de semillas de Jose Sancho y la farmacia de Federico Doménech, famosa por vender los polvos antiborrachera Coza, y la Dolorina, calmante para migrañas y resacas, ideales para los amantes del ocio nocturno hoy tan generalizado en la zona. Los comerciantes podían almorzar o tomar café a diez céntimos la taza en el bar de Jose Lorente. Y si preferían hacerse el bocata en casa, podían abastecerse de pan en la tahona de Joaquín Sanchis, o comprar ultramarinos, salazones y coloniales, en el almacén de Manuel Tomás. Le acompañaba como vecino, el emprendedor Rafael Benito, un electricista que despachaba e instalaba material eléctrico para que el setabense sustituyera el quinqué por la bombilla. Y a partir de allí, mediada la calle, se iniciaba el esplendor del comercio del textil, centrado en tres tipos de establecimientos: las paqueterías, las tiendas de los tejidos al por menor, y al por mayor. Negocios por entonces muy demandados porque la ropa se hacía en casa, las amas de casa sabían coser, cortar y confeccionar, y si no, se acudía a la sastrería de Gil Argüello, o se inscribían en la academia de Rafaela Tomás, profesora y modista que enseñaba a las señoras a cortar trajes y realizar toda clase de confección. Pero para ello, necesitaban abastecerse de tejidos y complementos.
De venta al por menor, en tejidos, los viandantes podían encontrar los establecimientos de Jose Martí, el de Company y mollá, y de Eliseo Ramón. De tejidos al por mayor, los de Rafael Samit, Carlos Piqueres, y el de Vicente Argüello, el más esplendoroso. La botiga la Mona era ya entonces centenaria, y tras su fundación por Tomás Soldevila y la gestión posterior de los Ordeig, recaía por entonces el negocio en manos de los Argüello, que llegaron a tener hasta catorce empleados, entre dependientes y aprendices, según se puede observar en fotos de época. Aquellos apellidos emigraron de tierras catalanas y castellanas para invertir en Botigues, una calle que generaba riqueza y trabajo, donde muchos niños deseaban ser aprendices del comercio local. Desafortunadamente, hoy hasta los autóctonos se deslocalizan, y los niños ya no piensan en ser dependientes.
Baldrés, superviente de la histórica tradición textil
Una vez comprado el tejido, había que adquirir los complementos de artículos de costura, repuestos textiles u adornos, que se despachaban en forma de pequeños paquetes para que nada se perdiese. Entre las paqueterías, encontramos el comercio del ferrocarril de Vicente López, que despachaba todo tipo de complementos de importación, a las que se sumaban las la mercerías de Germán Baldrés, Ricardo Sicluna, Eliseo Ramón o Lorenzo Alonso, de la que nos subsiste la de Baldrés, que puede presumir de ser más que centenaria, y de haber estado siempre gestionada por la misma familia, cosa que tiene mayor mérito en los tiempos que corren.
En cuestión de fajas, lencería y corsés, se localizaba a la corsetería de Vicente Terol, especialista en géneros de París, que por entonces marcaban la moda de la ropa interior femenina. Para corbatas y camisas, al negocio de Ventura Amat, que además de comerciante era barbero, y no había camisa que luciese mejor que con un buen afeitado. Y, posteriormente, amplió el negocio con confecciones para novias y recién nacidos Y una vez vestido, Camí ofertaba negocios de calzado, como las zapaterías de Angel Monerris y Jose Mallol. Y ya fuera de la imperante tradición textil, subsistían la librería de Francisco Vidal y la ferretería de Rafael Ibañez.

Recorte de prensa donde Rafaela Tomás detalla los trajes para señoras que vende a principios del siglo XX
Conocer el pasado para proyectar un futuro mejor
El pequeño tramo de Camí sigue hoy en activo, tal vez sin el esplendor de antaño, y los pocos históricos que perviven, conviven con nuevos negocios adaptados a las necesidades del presente, y a coyunturas económicas cambiantes. El objetivo de todos ha de ser conseguir que no pierda su dinamismo comercial, y que en la medida de lo posible, sus principales agentes, los botiguers, residentes y clientela, no emigren a otros puntos de Xàtiva, además de convertirlo también, en foco de atracción para nuevos emprendedores. Un casco viejo sólo puede existir con actividades económicas múltiples, sólo con bares, museos, peatonalizaciones y potenciales turistas, no recuperaremos jamás el esplendor perdido, y contribuiremos sin quererlo a engordar la lista de los espacios urbanos degradados del ámbito valenciano. Así, las nostalgias del pasado nos tienen que ayudar a proyectar un futuro mejor.